Crónicas de becario I

Capítulo 1: La misteriosa mochila de dudoso contenido interno.
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Para que luego digan que los becarios no hacemos nada. Ese día me jugué la vida.
Eran las 21:00, hora local de Leganés, mi compañero y yo nos disponíamos a cerrar las aulas informáticas del Betancourt.

En una de las aulas, ya vacías, vimos una mochila que alguien se había dejado olvidada. Era una mochila azul, a simple vista bastante cargada y sospechosamente escondida debajo de la mesa. Puesto que el Servicio de Informática no disponía de perros adiestrados para detectar material explosivo, mi compañero se acercó a inspeccionarla.

Se acercó, dudó un poco, la cogió y exclamó:

- ¡Madre mía como pesa, parece que lleva una bomba!.

En ese momento, el instinto más ruin y zafio de la naturaleza humana se apoderó de mi, y dije:

- "Ehhmm... vete cerrando tú este aula, que yo voy a cerrar la otra."

Sí, lo sé, le dejé solo ante el peligro. Si estás leyendo esto compañero, perdóname, pero mi sueldo de becario no era lo suficientemente alto como para arriesgarme con artefactos explosivos... y el tuyo tampoco.

Al final resultó que esa mochila no llevaba material explosivo, sino... ¡diez mil euros en joyas y orfebrería! Mentira, pero habría sido una gran historia, no lo negarás.
Lo que llevaba dentro no eran más que libros y apuntes. Por increíble que parezca, a alguien se le olvidó la mochila completa, así como si nada.

La hipótesis que barajábamos fue que el propietario de la mochila, tuvo noticia en esas aulas de un aprobado de la última asignatura que le quedaba y, ebrio de sensación de alegría, echó a correr con lágrimas en los ojos, dejando atrás todos sus libros y apuntes al grito de "A tomar por saco la carrera".

Cuando abandoné la beca, esa mochila seguía allí, en el armario de becario, inamovible, imperecedera... Su dueño nunca volvió a por ella. Quizá aún siga allí, en ese armario gris grandote, junto con pendrives, estuches y demás objetos perdidos en la aula, que nunca fueron reclamados.