Pero vayamos al meollo.
Durante la carrera me lo decían, con una frase ligeramente cambiada: "¿Todavía sigues con la carrera?"
Hoy, con la carrera ya acabada, con el título convenientemente enmarcado y colgado en la pared, con tan solo tres tiernos años de vida; a lo hay que sumarle unos padres orgullosos, una pareja todavía más, e incluso, unos orgullosos suegros, aún hay gente que sigue preguntándome en esa línea.
Seamos claros, fue mucho tiempo. Poniéndole cifras, que para eso soy de ciencias, fueron un total de siete años. Con cambio de plan de estudios incluido. Y hace tiempo que lo digo sin tapujos.
Esto, naturalmente, sorprende a la gente. Sobre todo a la gente que no ha cursado una ingeniería, y más aún, a los que no han cursado estudios superiores. Sin despreciar la formación académica de nadie, por supuesto.
Hay gente prudente que cuando se lo dices, no pregunta el por qué (aunque les cambia la cara, como a una liebre cuando le das las largas), pero hay otra gente menos prudente (digámoslo así) que ahonda y hurga en la herida, y pronuncia esas ocho palabras que resuenan en tu cabeza como una mala canción de reggaetón y que van directas a tu orgullo: "¿Por qué tardaste tanto en acabar la carrera?"
No comprenden lo que supone, o al menos a mi me supuso, el entrar a estudiar una ingeniería en la Universidad Carlos III de Madrid. De lo cual no me arrepiento, dicho sea de paso.
No entienden como puede ser que, dedicando semanas enteras y exclusivas a una asignatura, mañana y tarde, llegue el día del examen, lo mires, y no sepas como abordarlo; y que tras una media de 4 horas de examen, lo entregues sin saber muy bien que pasará. Y menos aún, que cuando después de varios días te llegue la nota y sea un 3 sobre 10.
No entienden lo que es, entrar a un laboratorio para hacer prácticas, y no saber ni poner en funcionamiento los aparatos que necesitas, básicamente porque nadie te ha enseñado.
No les cabe en la cabeza como el ir a una revisión de examen con un 4,7 no supone que el profesor de turno te termine aprobando, y que por esa nimiedad tengas que volver a matricular y pagar esa misma asignatura al curso siguiente, seguramente, más cara.
Tampoco entienden que haya gente que se lo ha sacado a curso por año, y tú no. Pero claro, ellos no conocen esos casos de gente que empezó contigo y tiró la toalla o, peor aún, fue obligado a tirarla por las políticas de permanencia de la Escuela. Pero tú sí, tú lo sabes.
Tú sabes que tu carrera fue más una maratón que un sprint de los 100 metros lisos, aguantando, distribuyendo esfuerzos y convenciéndote a ti mismo que la meta cada vez estaba más cerca. Tú sabes que más que un esfuerzo intelectual, fue un esfuerzo psicológico, y una cuestión de perseverancia, incluso estando a veces al borde del precipicio.
Ellos no comprenden, que a pesar de que estuviste a punto de abandonar en varias ocasiones, aguantaste y no lo hiciste. Eso no se valora. En la sociedad meritocrática en la que vivimos, en la sociedad de la alta velocidad en la que caminamos rápido, conducimos rápido, nos comunicamos rápido y comemos rápido, no hay tiempo que perder, y dedicar a algo más tiempo de lo estipulado se convierte en un logro de segunda división.
Pero tú sabes que no es así, ¿verdad?
Tú lo viviste desde dentro, y ellos no.